lunes, 15 de agosto de 2011

Pasar a la acción: cómo ser un auténtico revolucionario

Cómo ser un auténtico revolucionario


Antes de que a alguien le dé por echarme las garras a la garganta, advertiré que el presente ensayo no es en absoluto un manual dogmático sobre cuál constituye la manera de ser un auténtico revolucionario, sino únicamente un conjunto de teorías que tienen como mero objeto proponer ciertos modos de actuar a mi parecer realmente revolucionarios.

Eludidos posibles malentendidos de poco interés, advertiré asimismo que ignoraré la vía revolucionario violenta, pues confieso no saber lo suficiente sobre armas (por no decir que no sé apenas nada, pues nunca me agradaron) ni sobre cómo organizar un grupo clandestino, además de verlo poco factible a días de hoy.

Así pues, me centraré en dos métodos pacíficos concretos que son, a mi modo de ver, métodos de un auténtico revolucionario, un revolucionario de acción, y no solamente de palabra o, lo que es peor, de vestimenta.

El primer método, que a pesar de caracterizarse como pacífico es de naturaleza puramente destructora, radica en la huelga general indefinida, que puede lograrse mediante una difusión correcta; ciertamente, una huelga general indefinida bien organizada y cuyos partícipes estén dispuestos a mantenerla a pesar de las posibles amenazas por parte del poder político es capaz de derrocar cualquier sistema político y, sobre todo, cualquier sistema económico, pues hasta que no dispongamos de una sociedad en que las máquinas lo hagan todo por nosotros en términos laborales, seremos los humanos quienes trabajemos, y resulta que el trabajo es el fundamento indispensable de toda sociedad.

Si la clase trabajadora de cualquier sistema político-económico, en efecto, se niega a trabajar y, como digo, está dispuesta a soportar las amenazas y castigos de las fuerzas violentas y represivas del poder político, la estructura económica de cualquier sociedad se tambalea y, con ella, la estructura política, porque la base de una sociedad es la economía: si la producción no satisface la demanda, y en especial la demanda de recursos necesarios como lo son los alimentos o el hogar, el bienestar social se encuentra en grave peligro o directamente desaparece, lo que en muchos lugares da lugar al caos.

De todo lo antedicho, pues, se deduce que la clase trabajadora es la que detenta el máximo poder social: el poder económico.

Si bien es cierto que muchos trabajadores se hallan sujetos a los intereses de grandes empresarios, pues dependen de ellos para obtener ciertos trabajos y en caso de no cumplir con las expectativas, entre las que se hallan el ser un experto en sumisión, su puesto de trabajo corre peligro, eso no representa amenaza alguna si realmente se está dispuesto a realizar una huelga general indefinida con objeto de derruir la sociedad presente.

Recuperando lo anterior, a saber, que la clase trabajadora retiene el máximo poder (el poder económico), es decir, constituye el motor de la sociedad, resulta insultante para la inteligencia que se someta a los dictados y a las mil cabronadas, con perdón de la expresión, de la clase parasitaria, es decir, de aquel conjunto de sinvergüenzas que trabajan poco, son del todo prescindibles y, paradójicamente, rigen la sociedad, como políticos y grandes empresarios.

¿Desde cuándo depende el motor de la carrocería, y no la carrocería del motor? ¿No es estúpido que nosotros, los más poderosos, los imprescindibles, los necesarios, en definitiva, la clase trabajadora, nos sometamos al egoísmo de los menos poderosos, a los prescindibles, a los innecesarios, en una palabra, a la clase parasitaria?

Me recuerda esto a cierto filósofo que hablaba de moral de esclavos y moral de señores, y solía identificar la primera con la clase trabajadora, mientras que asignaba la segunda a la clase parasitaria; pues bien, yo subvierto esa interpretación de la sociedad y afirmo que la moral de señores pertenece a la clase trabajadora (pero debe ser consciente de ello), y que la única moral de la clase burguesa es la moral del parásito, es decir, de la dependencia, del necesitar profundamente de otros, lo que limita en extremo la expansión individual.

Pero retomando lo anterior, una vez en plena huelga general indefinida, ¿qué hay que demandar?

Mi propuesta consiste en demandar que se elimine la propiedad privada para que así todos los trabajadores gestionen las empresas, que pasarían a ser cooperativas abiertas, y que el sistema de intercambio se base en los llamados bancos de tiempo; que se elimine el sistema parlamentario, un sistema que, en el fondo, sólo permite a uno decidir quién será el déspota que hará cuanto le venga en gana una vez adquirido al poder político, por mucho que se hable de “representación popular” y demás bulos, y que niega del todo la participación activa en la vida política de la gran mayoría de la población, hecho del todo absurdo y estúpido y que, con tal de no producirse, debe ser sustituido por un sistema completamente asambleario, en que cada pueblo o barrio disponga de plena autonomía política.

Éstas son las medidas que creo más factibles en la transición incipiente, por medio de una huelga general indefinida, del modelo capitalista-parlamentarista a uno tal justo y de individuos libres; posteriormente, dichas medidas pueden radicalizarse.

En cuanto al segundo método que sostengo para ser un auténtico revolucionario consiste en abandonar el trabajo capitalista y adherirse a proyectos o comunidades autogestionadas (hay mucha información por internet), esto es, autosuficientes, independientes del mercado capitalista, con lo que se logra un objetivo doble: por una parte, se deja de beneficiar al capitalismo, esto es, se boicotea al capitalismo y, por otra, se construye a la vez una alternativa factible y en consonancia con los principios antes mencionados: asamblerismo, un sistema que garantiza la participación política de todos los individuos, con todo lo que ello comporta, y colectivismo, esto es, la propiedad colectiva de los medios de producción, lo que asegura la justicia social.

Por supuesto, resulta de vital relevancia la difusión de los ideales revolucionarios, que podría aun considerarse un tercer método para la revolución.

Éstos son, en conclusión, los métodos que considero más sencillos para llevar a cabo una revolución social y, como dice aquel antiguo proverbio español:


Cuando la voluntad es grande, todo se vuelve pequeño”